¿Cómo estaba Deluz y Compañía antes de iniciar el cambio a organización TEAL? Parte I
«Deluz y Compañía, nuestra realidad de empresa social, nuestro sueño de empresa, está al límite de naufragar. Me duele, me irrita, me grita el intestino. Tengo gases. Hacía años que no me pasaba, que mi cuerpo no gritaba así. Todos los días mi cuerpo protesta un poco, es un ruido que no consigo callar. El cuerpo me grita y yo no sé qué quiere decir ese grito. Hago ayunos, dejo a mi cuerpo unos meses sin fritos, sin alcohol, sin casi nada de lo que no sea verdura, fruta, arroz integral y alimentos de ese estilo, y el cuerpo sigue protestando. Me hago un par de sesiones de acupuntura y las agujas del dolor siguen en mi estómago»
Empiezo a intuir que el cuerpo grita porque recoge el dolor de muchos cuerpos, de los muchos que trabajan en Deluz y Compañía, de todos los que me cuentan su dolor, su cansancio, sus dolores corporales, su no poder más. Veo y palpo otros dolores que no me cuentan. La empresa no va bien. Me encuentro por los pasillos miradas cansadas, las personas con puestos de responsabilidad se agotan, las que más trabajan, las que más tiran del carro.
Entregan en el trabajo todo su corazón, su fuerza y su alma, pero no consiguen instaurar algunos cambios. Son responsables y su responsabilidad no les deja descansar. Les quiero y no consigo cuidarlos. Los problemas siguen año tras año y yo que estoy para solucionar, pongo parches, achico agua, pero enseguida hay fugas, y temo que estalle todo en cualquier momento. Y sobre todo, temo que alguno de los que más quiero, los que más se han entregado a la empresa, enfermen de estrés.
En los últimos años hemos metido más personas a trabajar para intentar solucionar el problema. Hemos aumentado costes, pero no hemos solucionado el problema. Me siento con esa responsabilidad última de un equipo de 160 personas. Hablo con uno, con otro, intento ayudarles, pero no lo consigo, todo sigue igual. A veces me voy a la playa e intento abandonarme al calor de la arena, disolverme en el batir de las olas, pero no lo consigo. Yo no soy yo. Las corrientes de hoy de coaching hablan de cuidarse uno, de poner límites, de yo, de casi siempre yo, de cuidar y sanar al niño que fuimos, y siempre aparecen la madre, el padre… y yo, y yo. No me dejo olvidar que yo soy en grupo, y cómo soy en grupo y qué hago para el grupo, y que esa relación con el grupo algo tendrá que ver con mi batir de olas, con mi mirada al sol, con mi descanso nocturno de osito de infancia y ausencia de fantasmas.
Me siento con esa responsabilidad última de un equipo de 160 personas. Hablo con uno, con otro, intento ayudarles, pero no lo consigo, todo sigue igual.
Soy la responsable de tanto: de una empresa de la que vivimos 160 familias, de que cobremos todos los meses, de que pague mi hipoteca y el sustento de mis niños, y el resto el de los suyos; de que todos tengamos una seguridad mínima para tener esa tranquilidad necesaria para dormir sin angustia. Hay un ensayo muy bueno La corrosión del Carácter, de Richard Sennet, que habla de cómo esa ansiedad de no saber si nos van a hacer un ERE en dos meses, de saber que para determinadas organizaciones no somos más que números, nos afecta al carácter, y la palabra corrosión lo dice todo. Ya no me puedo escapar a ser hippie en Katmandú. La responsabilidad no me deja irme, despegarme de la tierra, mirar hacia otro lado para no encontrarme con las miradas cansadas.
Los números de la empresa no van bien. Bordeamos la palabra sostenibilidad. Hablamos y defendemos la sostenibilidad. No queremos un margen de beneficios de un 10% ni, por supuesto, de un 20%; queremos un 5% para invertir en nuevos proyectos sociales, para no vivir al borde del abismo.
Año tras año me pongo la chaqueta para negociar con los bancos. A las personas que trabajan en el banco en el departamento de empresa del banco les caemos bien, les gusta nuestro proyecto, lo valoran y además les vemos como clientes en nuestros restaurantes. Pero luego la realidad es que los comités de riesgos, que están lejos, que no respiran nuestra empresa, ponen muchas pegas para darnos los créditos. Ven sólo los números a corto plazo y muchas veces nos dicen no, o tardan en darnos el crédito.
A principios de año contratamos más personal central que venía del mundo de la gran empresa para ayudar al equipo de los restaurantes a que se cansase menos, a generar orden, eficiencia y a obtener mejores resultados económicos. Y porque en un momento dado en el que caminábamos perdidos sin saber cómo llegar a la carretera de la eficiencia, pensamos que quizás podíamos incorporar talento de la gran empresa que supuestamente tiene parámetros de gran productividad.
Queríamos seguir siendo sociales así que pensamos en instaurar sistemas de eficiencia en nuestra empresa, precisamente para no morir y poder seguir viviendo como una organización social. Sentíamos caos, desorden. Nos llegaron perfiles de jóvenes que trabajaban en grandes empresas y que querían unirse a nosotros porque les enamoraba nuestra empresa: nuestros proyectos sociales, nuestra cercanía y nuestros restaurantes. La gastronomía está de moda y a muchas personas les gusta trabajar en empresas de moda.
Se incorporó un ingeniero industrial, programador, que dejó un gran banco con el reto de modernizar tecnológicamente la empresa. Contamos a los bancos que con esa tecnología íbamos a bajar en costes un 5%. El ingeniero nos hizo un plan y nos dijo que en seis meses estaba todo puesto en marcha y que se iban a conseguir los resultados. Después de un año todavía no estaba implementado el plan tecnológico que él diseñó ni en un 20%. El plan lo había pensado y diseñado en solitario. Nos hemos gastado más de 200.000 euros y todavía no vemos ningún resultado. Explica que no consigue implementar los cambios porque la gente es pasota. En ninguna conversación hubo autocrítica por su parte o del proceso que había seguido. La culpa siempre está en los otros, en su poca implicación.
Metimos a un jefe de compras nuevo que venía del mundo de la empresa industrial multinacional y que también se veía capaz de mejorar los resultados económicos de empresa en un 5%, de ahorrar 400.00 euros. Nos pidió trabajar por objetivos y darle un bonus si cumplía sus objetivos. Después de un año, la herramienta que diseñó el ingeniero industrial para el responsable de compras para comprar el pescado no funciona y los cocineros de los locales, como tienen a alguien que hace el trabajo por ellos, no se molestan en mirar las cámaras, en cuidar el producto y todos los fallos vienen siempre de los otros. El responsable de compras ve que no cumple los objetivos que él mismo se había marcado y se va desmotivando y desmoronando.
Metimos a una responsable de comunicación en la empresa que venía de un gran periódico a nivel nacional. Supuestamente íbamos a solucionar nuestros problemas de comunicación e íbamos a vender más porque íbamos a comunicar más todo lo que hacíamos en las redes sociales, en los periódicos, revistas… Pero la pusimos a trabajar en una oficina aislada y comunica en solitario. Nuestra comunicación está cada día menos viva y un restaurante que no comunica viveza, empieza a morir lentamente. Se comunica mucho en el día a día con el personal central, pero poco con el personal de los restaurantes. Hay algo que falla en nuestra comunicación, la interna y la externa. Comunica la voz de una periodista y el silencio de 160.
En julio, con el verano santanderino y la época fuerte de bodas y caterings, el malestar se triplica, chorrea por el espacio, y tengo miedo de que se desborde nuestro río y pierda el cauce para siempre.
Por ráfagas me empiezo a sentir vieja, mayor. Me doy vértigo. Nunca me había recorrido ese viento de vejez por mi sangre. Me incomoda esa sensación y la evito, pero a veces me despierto sobresaltada por una invasión de una nueva Lucía vieja y derrotada, y sudo como en una pesadilla de la que no puedes salir. Me empiezo a sentir acomodada. Empiezo a tener pensamientos derrotistas, tipo «no es posible hacer una empresa social, la gente tiene razón, solo se puede hacer una empresa despiadadamente». Empiezo a pensar que no hay manera de luchar contra los fondos de inversión. Que los que subsisten son los que explotan un poquito o hacen economía sumergida, robando un poquito de aquí y de allí, un poco del bien común y otro poco de donde se puede.
Empiezo a pensar que no podemos contra esas empresas especulativas que no hacen economía de calle y que vampirizan el mercado. Que tampoco podemos con la competencia de las que hacen dinero B, las que pagan salarios en B, las que hacen contratos a media jornada, pero donde en realidad se trabaja a jornada completa, las que compran producto basura tóxico para los cuerpos y el mundo, pero lo maquillan en platos de diseños, recetas estilosas y locales de diseño. Los fondos de inversión han entrado al mercado de restaurantes comprando grupos de restaurantes. Empiezo a pensar que quizás nosotros acabemos en las garras de los fondos de inversión. Empiezo a pensar en ideas de restaurantes para mantener nuestra empresa social subsidiada por el dinero que ganemos con los proyectos que diseñemos para fondos de inversión con inversores. Empiezo a perderme, a sentir lejana la juventud, a enfermar, a no poder más, a pensar en abandonar y morirme en el abandono de mi ser.
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