¿Cómo estaba Deluz y Compañía antes de iniciar el cambio a organización TEAL? Parte III

«Nos encontrábamos en un sin sentido de empresa. El cambio nos ha supuesto, orden, reflexión y un objetivo común de trabajo»

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María R. López

Cuando llegué a Deluz y Compañía me sentía como un poco ese perrito abandonado al que adoptas y está feliz porque ahora tiene un hogar y recibe cariño. Llegaba un poco traumatizada por una experiencia laboral anterior —malas condiciones laborales, donde me sentía un número y no una persona, etcétera— y, de repente, me sentaba con mis jefes a comer y no se me atragantaba la comida, sentía cariño por parte de todos mis compañeros (y no solo por los cinco más cercanos), me preguntaban mi opinión y me daban confianza, y además era una empresa con proyectos sociales, un valor que siempre ha formado parte de mi ser desde que era pequeña.

Sin embargo, a veces me sentía un poco sola, como cuando estás aprendiendo a montar en bici y de repente un día te empujan sin ruedines y ahí te las veas. Me ahogaba en vasos de agua cuando tenía que organizar algo, cuando enviaba correos electrónicos y esperaba y esperaba una respuesta que no llegaba. 

Hacíamos reuniones interminables, de cinco, seis horas… en las que yo tomaba nota: “Un nuevo plato en Celso y Manolo, una promoción en Días Desur, un concurso en El Italiano…”. Muchas ideas a la vez, y yo no sabía ni por dónde empezar. Tratábamos de poner en marcha los proyectos, llegábamos a los locales y les decíamos: “Esto, esto y esto”. Un email al local, y listo. Y luego nos preguntábamos por qué las cosas no funcionaban y por qué nadie tenía interés. Nunca nos preguntamos si el modo de hacerlo y el medio que utilizábamos era el adecuado. Es una de las características de las empresas tradicionales: echar la culpa a los demás, no creer en las personas, no preguntarte qué estás haciendo mal tú. 

Para mí el funcionamiento del mundo de la hostelería era totalmente nuevo, me decían nombres y no me sonaba ninguno, sentía que no estaba haciendo lo que se esperaba de mí, estaba comenzando a desmotivarme e incluso me cuestioné mi propio intelecto: ¿Seré yo que no entiendo nada? Para finales de 2017 ya no dormía bien y me despertaba en medio de la noche sobresaltada, preocupada porque se me había olvidado enviar un email o hacer una llamada. Y sabía que los olvidos, en mi caso, eran culpa del estrés.

Los resultados económicos no eran buenos. Oía la palabra PyG y no sabía lo que significaba; algo así como un indicador de cómo va la empresa, me dijeron una vez. “Las PyG son malas”, oía, como si fuese algo muy secreto que yo no debía saber. Alguien me dijo que mi puesto de trabajo estaba en duda, y obviamente me agobié. Tragaba saliva. Los cuchicheos en las empresas no traen nada bueno. 

Siempre he sido una de esas personas con un sexto sentido, las que captan miradas y gestos, las que notan muy bien cómo está en una persona de ánimos. Y yo notaba en todos los locales desasosiego, estrés, desinterés, ánimos bajos. Sentía miradas cansadas y a veces me preguntaba si era cosa mía, y luego supe que no. Estaba un poco resignada a la situación. Al final, el trabajo es trabajo y es un medio que necesitas sí o sí para vivir. Y sabía que había cosas mucho peores.

A final de año escuché a Lucía decir que en 2018 íbamos a trabajar de otra forma; en vez de darme esperanzas, me dio miedo, me sonó a amenaza. Además, Lucía nos avisó de que iba a cerrar la oficina porque estábamos alejados de los locales, “viviendo en una torre de marfil”. No estuve de acuerdo con ese comentario, pero me parecía bien salir de nuestra zona de confort. Aunque es cierto que necesitábamos una zona de trabajo, más allá de estar sentados ocho horas en un restaurante donde ni trabajas bien ni es bueno para la espalda y donde muchas veces ni tienes sitio. Pero esa es otra historia. 

En enero convocaron reuniones en todos los locales y los de la oficina nos repartíamos e íbamos cada una a una (aunque yo fui luego a todas, a la primera, la de El Italiano, no). En realidad nadie sabía nada de lo que estaba pasando. Tras esa primera reunión, me llegaron comentarios sobre que “esto es como Podemos” o “va a ser los mundos de Yupi”. Y yo seguía con la incertidumbre, no quería posicionarme antes de tiempo, desde luego, y creo que esos comentarios no me condicionaron porque mi naturaleza es de necesitar cambios constantes y porque sinceramente pensaba que esto había tocado fondo y que había que hacer algo; podría salir bien o mal, pero no era posible seguir como hasta ahora.

Recuerdo las reuniones con cansancio. Esa luz de las tardes de invierno, cuando ya es de noche y las bombillas amarillas te caen como una losa. Me recordaba a las tardes en el colegio cuando el cielo era gris y llovía y hacía frío. La primera reunión a la que acudí, que fue en Deluz, me sacó de mis dudas aunque me dejó con otras; pero era una incertidumbre distinta, la que te dan las semanas cuando no sabes exactamente cómo va a salir algo. Fueron reuniones duras, donde se dijeron cosas bonitas sobre los locales y la empresa, pero donde se hablaron de quejas y situaciones, algunas desconocidas hasta el momento. Noté a mucha gente al límite, otros muchos con una pasividad pasmosa, mirando el reloj; noté desgana y la energía del grupo, esa que tratamos de sentir durante un minuto, me lo decía a gritos. También había lugar a la esperanza, claro. Al final de esa semana tuve un dolorosísimo cólico nefrítico, y creo de verdad que fue porque mi cuerpo no aguantó más esa tensión. 

Y ahora, sí que sí, solo quedaba la opción de subir. Porque abajo ya no podíamos ir más. Porque el desorden, la mala comunicación y la lentitud se habían instalado en la empresa, como esa mala hierba que te crece en el jardín y que por más que arranques, vuelve a salir porque sus esporas ya han bautizado la tierra.

David Muñoz

Esta es una de las preguntas que últimamente nos estamos haciendo más, comparándonos con la situación que vivimos actualmente.

Después de muchas vueltas por fin he conseguido darle un sentido y una explicación. No suelo ser una persona de las que mira mucho atrás, ni de las que se arrepiente por decisiones mal tomadas, pero para mí la mejor manera de definir el cambio que ha sucedido en el grupo es la búsqueda, o el conseguir un modelo de empresa.

Anteriormente, y después de muchos años de trabajo y de vivir todas las aperturas de restaurantes, puedo decir que nos encontrábamos en un sin sentido de empresa. Nos regíamos y trabajábamos por impulsos y con un pensamiento cortoplacista en muchas ocasiones.

Es cierto que desde el primer momento de mi tiempo en la empresa dispuse de toda la confianza y libertad para desarrollar mi trabajo, pero en ocasiones la imagen o la sombra de Carlos y Lucía era demasiado larga, y finalmente todas las decisiones debían ser aprobadas por ellos. A veces tomaban decisiones sin demasiadas explicaciones, basadas en su experiencia, con lo que quedaba muy marcado el carácter de empresa familiar.

Repitiéndome en mis palabras, creo que lo que nos hacía falta era la búsqueda de un modelo de negocio. Siempre fuimos muy creyentes en nuestros valores, en lo de ser una empresa social y kilómetro cero en sus productos, pero también con un objetivo marcado y del que todo el equipo, del primero al último, sea consciente.

Han sido muchos años de muy buenas experiencias, muchas anécdotas que contar, desarrollo, crecimiento personal y, por supuesto, estando muy orgulloso de lo conseguido hasta la fecha, pero en todo momento de manera muy desorganizada. El cambio nos ha supuesto orden, reflexión y objetivo común de trabajo

En lo personal, en los aspectos que me afectan directamente, también recuerdo momentos complicado. Siempre he estado muy unido a los resultados económicos de la empresa, pero hasta que hemos implantado reuniones para compartir las PyGs con los equipos y vemos todos los ingresos y los costes de manera grupal, la recepción de las PyGs mensuales la vivías como si fuera la entrega de notas en un colegio. Si los resultados eran buenos, genial; pero como no fueran los esperados… ¡Buff! Te frustrabas, te comías el coco y al día siguiente a poner buena cara para intentar conseguir cambios, pero desde el sentido de individualidad ya que no compartíamos ninguna información sobre los resultados. Solía decir: “Ya nos darán las notas en septiembre”. Y con el paso de los años, esa fecha estaba muy marcada. Coincide que es el mes en el que acaba la temporada alta en Santander y la ciudad se vuelve más triste, pero para nosotros se empiezan a clarificar los propósitos que te haces a principio de año; si iban a conseguirse o se quedarían en solamente intenciones.

Otro de los puntos complicados que he vivido en estos años relacionado con los otros modelos de empresa que hemos ido teniendo han sido conflictos puntuales a la hora de elaborar los horarios. Sí, además de estar relacionado con los “números” de la empresa, en muchas ocasiones he elaborado horarios de trabajo en los restaurantes. Suelo ser una persona que se implica mucho en lo personal con los compañeros y cuando ocurría algún problema me afectaba mucho por varias razones: no era capaz de entender cómo intentando hacer el horario con la mejor voluntad y equilibrio entre los trabajadores y el restaurante había compañeros que me criticaban por la forma de distribuir los turnos. Y tampoco concebía por qué en situaciones límite, parte de los componentes de tu equipo no te ayudaban a solucionar el problema de la mejor manera posible.

Creo que todo esto ha cambiado mucho. Al compartir los resultados económicos y al ser los equipos los que escogen a los líderes y los responsables de la gestión del personal, todas estas tensiones han disminuido. Ahora, nuestro papel está más orientado en la facilitación e interpretación de los datos económicos que nos afectan, compartiendo responsabilidades.

Llegando al final de este artículo que dice “cómo estaba Deluz y Compañía antes del cambio”, recuerdo que tuve una conversación con Lucía y le pedí tener un mes de vacaciones. Un mes, de verdad, algo que nunca había solicitado antes y que realmente necesitaba. 2017 había sido muy duro para mí: tres aperturas, muchas incorporaciones en los puestos centrales y los resultados del año apuntaba a ser un desastre. Realmente quería desaparecer un tiempo, observarme desde la distancia y ver si de verdad mi trabajo tenía validez y se valoraba, y creía que mi ausencia durante este tiempo podía determinarlo.

Curiosamente me fui de vacaciones con este pensamiento en la cabeza, y el segundo día nada más llegar, y sin haber pasado el síndrome post vacacional, acompañé a Inma, Lucía y Fausto a una conferencia en Bilbao. Según me contaba Lucía, iba a participar en ella Koldo Saratxaga y un señor extranjero que había estudiado muchas empresas y que había escrito un libro sobre una nueva forma de trabajo que no se distanciaba mucho de la de Koldo. Creo que esta vez Lucía me eligió para acompañarla porque en el pasado habíamos hablado mucho de Koldo Saratxaga, había estudiado su sistema de trabajo y ambos teníamos algún paso avanzado en ese pensamiento.

Durante noviembre y diciembre de 2017 fui teniendo conversaciones con Lucía acerca de lo que ella iba descubriendo mientras se documentaba y leía un poco más sobre este tipo de empresas que había descubierto tras esa conferencia. Yo no distaba mucho de su pensamiento, pero dudaba de que fuéramos capaces de conseguir hacerlo madurar en el tiempo. ¡¡Me equivoqué!!

David Muñoz escribió un email en diciembre de 2017:

Os escribo unas líneas a modo de reflexión y como propuesta para la futura idea de organización que queremos poner en marcha para el año 2018.

Mirad, llevo mucho tiempo fijándome en los emails que recibo porque últimamente me están generando malestar y unas sensaciones negativas.

Aparte de los de caja en los que se escribe a modo informativo, veo que el resto tienen un patrón en el que siempre están palabras del estilo…“hazme”, “necesito”, “dime”… palabras que denotan negatividad al ser imperativas y que si se repiten demasiado en tu día a día, como es mi caso, poco a poco te van desgastando.

El jueves me he dado cuenta de que todas estas sensaciones que estaba teniendo no eran erróneas. Estuve un rato con Luis buscando unos tickets de La Carmencita y de Celso y Manolo de estos años pasados y cuando tuve todo listo escribí a Lucía para decirle que todo había ido bien y me contestó “que bien”.

Instantes antes había sentido bastante satisfacción por encontrar toda la documentación y darme cuenta de que el trabajo que hacemos de control de caja es efectivo. Pero esas palabras corroboraron que mis percepciones eran acertadas y que algo estábamos haciendo mal. En líneas generales, damos demasiado por sentado que la satisfacción de hacer bien las tareas asignadas es suficiente, sin dar ningún tipo de elogio por haberlas conseguido.

Con esto os digo que deberíamos cambiar nuestro lenguaje y las palabras que utilizamos, llegando a hacer que nos salgan solas frases como “bien hecho”, “¿vas bien?“, “¿te ayudo?“… Yo soy el primero que fallo muchas veces en esto y creo que decirlas no exime el nivel de exigencia en nuestro trabajo porque no hay que olvidar que esto es un negocio (como me dicen muchas veces en mi empresa de cerveza), pero sí considero que este tiene que ser uno de los puntos de partida para poner en marcha el futuro proyecto organizativo.

Por otro lado, propongo un ejercicio previo que también nos ayudará a unir más los equipos y a sacar lo mejor de cada uno. Sería hacer un “juego” basado en describir a  cada uno de los compañeros sacando los puntos positivos que tiene, pensando en que la persona que te escucha y que toma nota no conoce de nada a la persona de la que hablas. Os diré que algo parecido surgió sin querer cuando teníamos que poner los textos en la web de Gastrolook. María, recién llegada a la empresa, tuvo que preguntar a Raquel qué se podía escribir de mí en la descripción. ¡¡Merece la pena poder escuchar las cosas buenas que piensa la gente de ti!!

PD. Os hago llegar esto a una pequeña parte de todos los que somos, pero sí que sé que los que estáis en copia somos los que tenemos que ayudar a la mejora y el cambio se consiga.

David Muñoz