El cierre TEAL de un restaurante

Días Desur, el segundo restaurante que inauguramos, arrastraba pérdidas desde 2017. Intentamos un cambio: un buffet ecológico. Aunque la apertura fue excelente, no conseguíamos remontar. Quizá nos pasó lo que dice Koldo Saratxaga en su libro ‘Otro estilo de relaciones’: «Las empresas que no estén en el camino de la autogestión desaparecerán en 10 años»

Los resultados mejoraron al mediodía con el cambio a buffet ecológico: ganamos clientes y lo hicimos necesitando menos personal. Pero por la noche no habíamos conseguido remontar. Nuestro buffet ecológico, con recetas del siglo XXI, es un concepto de futuro, de público joven. Una idea que está triunfando en Europa, pero a Santander le hacen falta 50.000 habitantes más.

Días Desur siempre había dado muy buenos resultados económicos hasta tres años antes de su cierre, en noviembre de 2018 —quizás influyó de forma oculta haber usado la misma empresa y el mismo CIF que Otras Luces, el restaurante que abrimos en Valladolid y en el que hicimos un mal cierre en 2015. Lo pensamos cuando leímos sobre lo sistémico y sus influencias—. Pero Días Desur seguía en pérdidas y 2019 iba a ser un año fuerte en amortizaciones bancarias. Estábamos agobiados, llevábamos a cuestas una mochila pesada con miedo a que provocase un desequilibrio en todo el grupo. Todos (sobre todo los que tenemos relaciones de crédito) sabemos que, a veces, los bancos no entienden el medio y largo plazo. 

Los que tenemos más responsabilidades generales en la empresa nos reunimos para pensar colectivamente qué hacer. Y, dada la situación, creímos que lo mejor era traspasar el negocio. Sondeamos un poco el mercado para ver si había personas interesadas y quedé con ellos en el local para hacerlo de manera transparente. Después de una semana, convocamos a todo el equipo de Días Desur, compartimos la situación con ellos, les hablamos de las fuertes pérdidas, la amortización bancaria del 2019, nuestro pensamiento sobre el traspaso y los posibles candidatos que habían surgido. Les pedimos su opinión y su consejo para tomar la decisión última, y les dijimos que, a pesar del traspaso o la venta de la sociedad, podían quedarse con nosotros a trabajar en los demás restaurantes. Nosotros estábamos tranquilos porque el equipo podía continuar en Deluz y Compañía y se podían reforzar el resto de restaurantes porque el equipo de Días Desur siempre ha sido un equipo de Fórmula 1.

Nos fuimos dando el turno de palabra, uno a uno, y todos manifestaron que les daba pena, pero que había que hacerlo. Sentían tristeza de separarse como equipo porque llevaban muchos años juntos y eran una gran familia. Ante su consentimiento y entendimiento, decidimos seguir y avanzar en las negociaciones. Ese día casi todos los agradecimientos fueron para nosotros. Por contar con ellos, por hacer las cosas transparentes, por pedirles su opinión, por hacerlo de frente, por facilitarles la información.

Elegimos al empresario que quería mantener el nombre y el estilo de Días Desur. Así nos daba menos pena porque, de alguna manera, se mantenía la energía estética y perduraba otra manera de hacer ciudad, de hacer Santander. Por otro lado, la energía del equipo continuaba en todos los locales. Había menos rotura, menos pérdida. Nos pusimos de acuerdo rápidamente en las cifras y otros asuntos como, por ejemplo, que dejábamos el traspaso más barato si continuaba vendiendo la ternera ecológica de Siete Valles de Montaña

Cerramos fechas de firmas, y en cuanto estuvieron todos los documentos con las conformidades de los abogados, volví a convocar al equipo. Les comuniqué fechas previstas de firmas y nos dimos otra vez voz para expresarnos. Volvimos, uno a uno, a contarnos nuestra tristeza por separarse y soñamos con abrir otro Días Desur con otro alquiler, en el plazo de un par de años, con otra situación financiera de empresa y volver a juntar a todo el equipo. Soñar, de alguna manera, nos ayudaba a navegar por la tristeza. 

Hablamos de a qué locales iban a ir, si se veían ahí y si les apetecía. El siguiente paso fue comunicárselo en Slack a los equipos de los otros restaurantes para saber si estaban conformes o disconformes y darles un espacio para expresarse. Luis, un camarero de Celso y Manolo, nos envió la canción Todo cambia, de Mercedes Sosa.

En el resto de locales, cuando les explicamos durante una reunión la decisión y el proceso que habíamos seguido, también surgieron sentimientos como tristeza, agradecimiento por la comunicación y por contar con las personas.

Para mí, Lucía, fue un mes y medio intenso de trabajo por todos los temas legales, financieros, de negociaciones y de reuniones grupales informativas. Por otro lado, fue un mes precioso. La energía era muy diferente a la que tuvimos cuando cerramos el restaurante de Valladolid. En aquella ocasión, también quien quiso y pudo, siguió trabajando en el resto de restaurantes del grupo, pero no dimos tiempo ni espacio para expresar la tristeza o el desacuerdo. Todo fue duro y todo costó, pero no lo hicimos tan de frente, tan participativo. Teníamos más miedos legales y, en el fondo, menos confianza en las personas. Yo me agoté, pero sin tener consciencia de mi agotamiento. Empiezas a vivir en gris, a ver en gris, a escuchar en gris y cada día te vas olvidando un poquito más de los colores. Como si la vida fuese ese gris.

En Días Desur, sin embargo, continuamos trabajando con normalidad durante un mes y medio después de comunicar al todos la intención de traspasar. El equipo siguió funcionando fenomenal, como siempre, los clientes no notaron ningún cambio, no hubo movimientos legales extraños ni resistencias; todos los implicados fueron de frente, como nosotros. Para actuar en TEAL tienes que dejar la mentalidad de abogada de empresa atrás, muy atrás; es más, la tienes que tirar a la basura. No caben recelos ni desconfianzas.

Nuestra despedida
Una vez firmado, se lo comunicamos a todo el equipo y continuamos una semana más trabajando en el local. Queríamos despedirnos de nosotros mismos y de los clientes así que una noche cerramos al público e hicimos una cena de despedida de todo el equipo para celebrar todo lo que Días Desur nos había aportado como personas y para cantarle un adiós grupal. También vinieron excompañeros y, entre todos, hicimos una noche mágica, donde celebramos, bailamos, cenamos rico y lloramos; una noche para recordar.

La última noche en la que Días Desur estuvo en nuestras mano invitamos a todos los clientes para agradecerles todos los años, despedirnos y celebrar todo lo que Días Desur había supuesto en nuestras vidas. Fue una noche bonita con un broche poético: Lucio González, ganadero de La Lejuca, perteneciente a Siete Valles de Montaña, y uno de los miembros del Dúo Requejo, nos cantó una canción.

¿Cómo cuentas que Días Desur deja de estar en manos de Deluz y Compañía?

Con mucha dignidad. Y esa es la primera palabra que me vino a la cabeza. Días Desur aterrizó en Santander en 2009 cuando por aquí todavía nadie sabía qué era el sushi o los nems vietnamitas. A veces, viajabas a Madrid y comías, por ejemplo, en un japonés y luego volvías a Santander y lo echabas de menos. Y los que por aquel entonces vivíamos fuera, lo sabíamos bien. Días Desur nos trajo recetas de los cinco continentes con una capacidad inmensa de sorpresa; muchos probamos aquí nuestro primer pad thai sin saber que, años más tarde, iba a estar muy alto en tu lista de recetas favoritas y que ibas a soñar con perderte por algún mercado de Bangkok y devorar pad thai como si llevaras toda la vida haciéndolo. Para cenar en Días Desur había que reservar con antelación porque siempre estaba lleno y tenías que ir con paciencia para leer la carta entera —algún día podríamos hacer un estudio sobre cuánto ha influido Días Desur en la media de horas de lectura de un cántabro—. Las mejores cenas de Navidad de amigos fueron en Días Desur. A sus hamburguesas siempre volvías y la barra de pinchos seducía temporada tras temporada, aunque pedir los sábados por la noche era una odisea en la que estabas más que dispuesto a sumergirte. Un día leí un mensaje que nos habían dedicado Cristina y Edu, de La Bicicleta, cuando les felicitamos por su segunda estrella Michelin y pensé que no podían tener más razón:

«El día que entramos en @dias_desur todos supimos que aquello era otro rollo. En aquellos momentos uno se quedaba boquiabierto ante un local que estaba absolutamente pintado de blanco y en cuya carta podías sentirte Willy Fog. Corría el 2007 y en la región reinaba el wengué y el “cuanto más oscuro mejor”. De algún modo @zamoraycia nos trajo la luz, y detrás fuimos todos los demás. Por eso, y por muchas cosas más, merecen todos los premios y reconocimientos del mundo mundial. Porque tendemos a normalizar y a olvidar. Olvidamos que antes de que las cosas se conviertan en habituales, alguien siempre tuvo que ser el primero. GRACIAS».

En muchos sentidos, Días Desur había sido el primero en Santander. Pero habían pasado 10 años y las cosas no iban bien. Obligados por las circunstancias (menos población, crisis económica, otras novedades en la ciudad…) teníamos que traspasar el negocio.

Y donde muchos pudieron ver fracaso, yo vi éxito porque cerrar no es fracasar, porque tener 10 años un restaurante y haber servido miles de comidas y de cenas, miles de pinchos, miles de copas de vinos nunca vistos en Santander no era un fracaso. Fracaso hubiese sido agachar las orejas, barrer hacia dentro, escondernos, huir sigilosamente, tratar de borrar de golpe 10 años.

Había un equipo detrás que se había convertido en esa familia que eliges; personas venidas de muchísimos puntos distintos del planeta que celebraban juntos las fiestas porque estaban lejos de sus familias, que se apoyaban mutuamente en los malos momentos como si fueran hermanos, que tenían una relación que traspasaba lo meramente profesional. El dolor era infinito y no merecía olvido sin más.

Debíamos despedirnos de Días Desur y de todos los clientes con cariño y desde las entrañas, y propuse a mis compañeros que enviaran todas las fotos que guardaran y que, quien quisiera, podría escribir un texto de despedida. Nos marchábamos con la cabeza muy alta, con la tranquilidad que te da haber hecho siempre bien las cosas, haber creído en un proyecto y haber luchado por él. Y, durante esos días, compartimos todos nuestros recuerdos en las redes sociales del restaurante, de manera colaborativa, más allá de un mensaje que pudieran escribir Lucía y Carlos. Era la voz de todos, cada uno con sus palabras y su estilo; cada uno con su corazón. Los textos fueron emocionantes y la respuesta de nuestros seguidores fue increíble.

Decidimos también presentar al nuevo dueño de Días Desur, a Carlos Crespo, a todos nuestros amigos; hacer un traspaso de local y de clientes, juntarnos por una tarde, ir juntos a la radio a contarlo. Como dijeron en El Faradio, «de Carlos a Carlos».

 

Conseguimos un bonito cierre por estar en el camino a organización TEAL, por estar en los caminos de la participación, de la consciencia y el cuidado de la energía grupal, por la inteligencia colectiva. Nos hemos quitado los miedos entre todos, compartiendo. Hemos transformado el miedo en amor y sueños de futuro compartidos, nos hemos querido y acompañado más. Esa energía tan mágica nos va a hacer tener un futuro mágico. 

En Días Desur nos hemos adelantado al futuro, muchas empresas del mundo van a querer nuestro conocimiento del buffet, de las recetas y de la transformación social. Ya nos están llamando, ya se está reconvirtiendo la energía de Días Desur en esa energía sostenible de futuro que el mundo necesita.

Los compañeros de Días Desur están en los otros locales y han reforzado con su conocimiento y experiencia los equipos. Son personas sólidas, profesionales, con talento y gran capacidad. Los otros equipos dijeron que sí a recibirles y han salido reforzados, aunque hay algún caso que está generando conflicto y estamos en el proceso de resolución.

Así fueron nuestras publicaciones en redes sociales:

«En los Días Desur puedes volver en verano, te despiertas sobresaltado, abres las ventanas y las cortinas se parten de risa, los papeles se pierden, los libros se abren en direcciones imposibles, suenan portazos sin enfados y no sabes qué ponerte. En los Días Desur te apetece algo distinto, un salmorejo y un beso, unas papas y unas tortillas de camarón. Descalzarte y pisar la arena color salsa rosa, quedar y darte un baño en El Camello. Contarle a los de Madrid que estás en manga corta y que te has dado un baño de medio minuto que ha sido el mejor del año. En los Días Desur llenas la mochila de espuma de mar, de excursiones, de bocatas y vuelves a última hora lleno de sal y sonrisas, con mil fotos movidas. Te tomas una caña, miras al mar, el Ferry viene y va. En los Días Desur tú también te vas, traspasar El Escudo es un gran viaje, subir al faro, ver La Virgen del Mar. Santander mira al sur y deja al norte las tardes frías, las sombras de los árboles se rompen en mil pedazos y ves esa sensación invisible agitar los toldos, batir tu pelo, revolver las esquinas de tu alma y te apetece buscar conchas y enamorarte y pedir almejas de Pedreña a la sartén. No puedes estudiar y no vas a ningún sitio concreto. Descubres tu piel, la suya y te quedas hipnotizado viendo cómo el mar lame la arena como un helado de turrón. Y te das otro baño y sales volando por el Palacio de la Magdalena y ves olas de ciencia ficción y los picos se ven muy cerca. Pero la nieve es un recuerdo fugaz y la ensalada y tu mirada andan más cerca. ¿A qué saben tus Días Desur?», La Cote.

«Días Desur me abrió las puertas hacia una vida mejor. Empecé de la manera más tonta: trabajaba en una casa y no me llegaba el sueldo. Un día vi una oferta de trabajo para Días Desur. Me presenté muy negativa a la entrevista con Lucía; nunca tenía suerte. Y sin CV ni nada, con las manos vacías. Le expliqué mi situación, que necesitaba unas horas extra antes de ir a la casa donde trabajaba para completar mi salario. Al día siguiente, por la noche, me llamó Lucía y empecé a trabajar. Me sentía feliz, contenta, veía unas puertas abiertas, conocí a compañeros que me aceptaron y me quisieron. Nos contábamos nuestras cosas, nos ayudábamos emocionalmente, con su cariño, con sus consejos… No me había relacionado con casi nadie antes de eso y me sentía un poco sola, pero gracias a Días Desur vi a una familia que me hacía feliz. Con el tiempo, empecé a trabajar a jornada completa y pude dejar el trabajo en la casa. Y eso que llevaba 18 años trabajando allí. Soy otra persona, la vida me fue a mejor, se me quitaron las preocupaciones e incluso, gracias a los consejos de mis compañeros, pude salir de una relación tóxica. Me cambió la vida cuando daba todo por perdido. Al final me llamaron para El Machi y, con la ayuda y paciencia de Inma, aprendí a hacer pedidos. Aprendí muchísimo, como a relacionarme con personas, a conocer otras culturas y formas de pensar, ver alternativas y entender qué es un jefe de verdad, una palabra que me daba miedo. Y cuando conocí a Lucía, me lo quité. ¡Que viva Días Desur!

«Escribir sobre Días Desur es fácil porque siempre dio mucho que hablar: pasaban tantas cosas, venía tanta gente y repetían tanto que no nos lo podíamos creer; gustaba mucho, pura tendencia, actualidad, innovación, fresco, vivo. Sobre todo, vivo. Uno de los primeros logros de Días Desur es su nombre; no podía ser mejor ni gustar más. A mí me encanta su letra redondita con un nombre tan sencillo que significa tanto para los santanderinos. Días Desur hizo descubrimientos con los que no se contaba, nos sorprendía cada día, requería de un gran esfuerzo a diario. Eso sí, cuando las cosas salían bien nos daba muchas alegrías, la recompensa de una satisfacción personal, nos dio reconocimiento. Para mí fueron años intensos, donde aprendí como se aprende un oficio, dedicando tiempo, tiempo de artesano. También fue la escuela del grupo, donde todos los que formamos parte del equipo aprendimos platos de todo el mundo con ingredientes nuevos, otra manera de comprar, otra manera de atender, otra manera de recibir, vivimos el inicio de algunos de los proyectos más punteros de Deluz y Compañía, como las primeras compras de la lonja y la llegada de las primeras terneras ecológicas. Todo esto marcó un antes y un después, y ahí sí vimos cómo los clientes volvían a diario y semanalmente. El día clave de Días Desur siempre era los lunes. Llegamos a ser capaces de hacer un menú semanal de 20 platos con tendencias de todo el mundo siempre diferentes, cada plato con su texto, a las 11 de la mañana estábamos con un ataque de nervios y a las dos del mediodía salíamos al comedor como si nada, y entrábamos a la cocina a una velocidad loca porque allí estaba una ristra de comandas que llegaban hasta el suelo. Agradezco de todo corazón la oportunidad y la confianza que me habéis dado y a todos los compañeros que me han demostrado su afecto todos estos años y lo siguen haciendo, gracias también a Carlos por todo lo que me ha enseñado en Días Desur y por tus textos únicos y personalizados que nos dedicabas a todos los miembros del equipo semanalmente. Eso no ha pasado nada más que aquí, en Días Desur». Inma.

«Allá por 2007 caminaba por una calle que no había visto nunca en la búsqueda de un sitio nuevo que se abría y que se llamaba Días Desur. Quién me iba a decir en aquellos momentos que 11 años más tarde este lugar casi impronunciable, y que a veces no te reconoce ni el corrector del móvil, se iba a convertir en un lugar tan importante para mí En lo personal, no solo ha sido un lugar; en ocasiones, un modo de vida hasta el punto de que, después de haber pasado allí el día trabajando, he vuelto a cenar infinidad de veces y he pasado muy buenos momentos con amigos. Muchos de los que han estado conmigo en Días Desur son amigos, conocidos, compañeros… tantos que, si paseo por la ciudad, no recorro una calle completa sin haber saludado a alguien con quien haya compartido un momento dentro de estas paredes. En el fondo, la familia de Días Desur. Toca despedirse. Como toda serie que te engancha, llega el final. Se nos acaba la undécima temporada, pero el alma de Días Desur sigue y habrá spin-off». Joven David

«Recuerdo que buscaban a alguien para el office de Días Desur, así que me presenté. Trabajé allí durante casi un año. Llegaba cada día a las 5,30 de la mañana para que este gran lugar estuviera limpio. Recuerdo algunas de mis manías, pero eso lo dejamos para otra vez. Tras esa experiencia me dieron la oportunidad de trabajar en algo muy diferente para mí, como responsable de El Machi. Lo pensé y decidí que lo intentaría, aunque el primer año me decía a mí misma: «Con lo bien que estabas en Desur…». Y lo añoré mucho. Ahora todo es diferente, pero conservo ese gran cariño a los compañeros con los que trabajé. Los que siguen y los que no. Recuerdo que una vez estaba terminando de limpiar, todavía era pronto por la mañana y una clienta entró (todavía estábamos cerrados) y me dijo que venía del médico y que si podía darle de desayunar. Le dije que no tenía mucha idea, pero aún así se sintió muy agradecida. Han pasado 10 años y las dos nos seguimos acordando.
Nos juntábamos en Nochebuena, unos que llevamos dentro esa soledad que no conseguimos a veces que se evapore; otros porque estaban acostumbrados a familias y tribus más comunales y aquí se ahogaban con familias tan pequeñas, y en noches así, tan familiares, les atacaba más la soledad echando de menos a una familia mucho más extensa. Otros porque habitaban lugares perdidos; perdidos del trabajo, perdidos de salud, perdidos de sus familias… Y en esos lugares perdidos, se respira demasiada soledad. Era una cena abierta, como tanto se hace en África. Durante cinco años celebramos Nochebuenas mágicas hasta que nuestro tío abuelo, con el que teníamos el ritual de celebrar la Nochebuna, dejó de poder salir de casa. Con los tambores, con el vino, con la comida rica, con las canciones y algún baile, esa soledad se esfumaba, desaparecía de muchos de nosotros. Siempre intuimos y entendimos que en un grupo sano uno se salva. Y eso es lo que hemos intentado y nos hemos esforzado por ser siempre en Días Desur, una familia sana que cuidándonos nosotros mismos, podemos cuidar a todos y poner ese cariño en el arte de cocinar y servir a otros para que tengan ratos de felicidad. Ahora nos vamos todos nosotros a trabajar en El Machi, en La Caseta de Bombas, en El Italiano y en Deluz. Nos vamos a juntarnos con nuestros compañeros, que nos acogen en ese gran proyecto de crecimiento personal y grupal que vivimos en Deluz y Compañía, y seguiremos teniendo una energía bonita para nosotros y para todos los que venís a comer, a tomar unos vinos, un Café Angélica, una cervecita… Yo admiro mucho a todo el equipo de Días Desur; ellos me han hecho siempre ser un poco mejor, no me han dejado decaer y me han ayudado a mirar de frente, como lo consigue un gran equipo. He vivido con ellos un aprendizaje impresionante de superación, de ser buena gente, de capacidad. Nos vamos a los otros locales de Deluz y Compañía y a ayudar a otras empresas con nuestras capacidades tan desarrolladas a montar restaurantes, proyectos de transformación social, caterings… En definitiva, Nochebuenas mágicas que nos ayudan a tener recuerdos mágicos. Gracias a todos los que habéis hecho posible que cada día seamos más poéticos en Días Desur, todos los que habéis venido algún día o muchos días a comer, a desayunar o a cenar. Muchos habéis venido este fin de semana a despediros. Muchas gracias. Sin vuestro apoyo nada hubiese sido posible. Nos habéis ayudado a hacer ciudad, y con vuestro cariño y vuestras lágrimas de despedida nos ayudáis a seguir construyendo una ciudad más social , más sostenible, más bonita. Seguiremos porque nos hacéis seguir. Nos vamos soñando con un futuro mágico porque hemos tenido un pasado mágico. Gracias por ayudarnos a hacer ciudad.