La fuerza de crear juntos el futuro de Deluz y Compañía

En enero de 2019, todos los equipos de cada restaurante junto con algunas personas que trabajan al servicio cocreamos los proyectos para este año

A finales de enero nos reunimos en Madrid algunos de los que formamos parte de los servicios centrales (Laura, de diseño gráfico, Luis y David, del equipo económico, Fausto, chef de todos los restaurantes, Carlos y Lucía Zamora, y yo misma, María, de comunicación) con los equipos de cada restaurante para co crear los proyectos de este 2019. En cada restaurante había un leitmotiv (esa palabra que nos gusta tanto usar a los periodistas y que significa “una idea que se repite continuamente a lo largo de una obra”); por ejemplo, en Celso y Manolo queríamos ser una tasca más castiza o en La Vaquería Montañesa conseguir mayor sofisticación.

Partimos con esta base para empezar a definir qué proyectos, qué ideas, podrían ayudarnos a conseguirlo. Comenzamos la dinámica en cada local con una pequeña lluvia de ideas por pareja y cada pocos minutos cambiábamos de compañero, y seguíamos. Más tarde, las expusimos uno a uno mientras tomábamos nota de todas en un papel grande. La tercera parte de la jornada la dedicamos a votar cuáles eran los proyectos que nos parecían más interesantes e importantes, divididos en varias categorías: cocina, sala, comunicación, transversales y diseño.

Tras la votación, elegimos los dos-tres proyectos más votados por categoría para arrancar con ellos. Y dedicamos la cuarta parte de la dinámica a preparar algunos tableros de Trello –que en las semanas posteriores terminamos de completar– donde reflejamos todos los proyectos que habían salido, ordenados de mayor o menor por votos, y con una etiqueta de color para diferenciar de qué tipo eran (cocina, sala, transversal, etcétera). También nos dimos cuenta de que algunos de esos proyectos necesitaban su propio tablero porque eran más complejos, como una carta de cafés, tés y licores de El Italiano o la carta de brandys y jereces de La Carmencita.

La semana siguiente repetimos todo en cada local de Santander.

Fue muy emocionante ver cómo, local a local, aparecían ideas nuevas, diferentes y muy originales. Había algunas que yo llamaría “de primera necesidad” como cambiar la cafetera o el lavavajillas y que, aunque suponían un coste importante para la empresa y había que meditarlas bien y buscar distintos presupuestos, no eran muy complicadas de llevar a cabo. Otras eran creativas, como crear una comunidad de proveedores, un dossier con apariciones de prensa para las bodas de Deluz, un proyecto de I+D+I con la Universidad de Cantabria para investigar sobre frutos del mar o un programa cultural interesante en La Caseta de Bombas con la colaboración de la plataforma cultural La Ortiga.

Personalmente, sentí que era un gran cambio. Hasta entonces habíamos hecho cosas, pero sin orden ni concierto. De repente, alguien convocaba una reunión a la que acudíamos cinco personas, decidíamos en nombre de todos y un día les contábamos al resto lo que se nos había ocurrido y comenzábamos a ponerlo en marcha. No contábamos con ellos, no les escuchábamos, la información les caía como una losa seguramente en momentos poco adecuados. Y el resultado siempre era el mismo: proyectos sin éxito, proyectos que se cerraban pero dejaban una sensación de agotamiento y de fracaso, malas caras, el estrés de hacer demasiadas cosas a la vez y no hacer nada bien, etcétera.

A partir de ahora, teníamos los proyectos consensuados, surgidos de la inteligencia colectiva del grupo, con todo el equipo al tanto y con la posibilidad de que participase cualquiera que quisiese. Teníamos herramientas para entender su evolución y para comunicárselo al resto. La responsabilidad ya no recaía sobre una sola persona; las tareas se dividían y pedir ayuda y que te pudieran ayudar iba a ser mucho más fácil.

La fuerza de los 160 juntos es exponencial. Es como las bacterias que se multiplican en los alimentos en cuestión de minutos. 2×2=4; 4×4=16; 16×16=256.

Cuando creas de cero un proyecto, sientes un peso fuerte por el futuro. No pasa nada, no es nada grave, pero entra la variable del futuro. Todas las decisiones que tomes van marcar la línea del futuro de una compañía. Y tomarlas en soledad no es bueno. No estás siempre al 100% ni eres adivino ni infalible.

Cuando Lucía y yo nos tocó la crisis de 2007 y teníamos un crédito de dos millones y medio de euros y fue la hecatombe en el sector de la restauración, no parábamos de leer y escuchar a expertos que hablaban sobre el futuro. Te levantabas por la mañana, leías todos los periódicos nacionales y los especializados en economía y todos decían que la cosa iba bien en este país. Cuando leías los internacionales, el Finantial Times o el NYT, hablaban de que en España no iba tan bien.

Solos, los dos, ante la mayor crisis a nivel mundial y aquí en este país como si no pasara nada. Pero los restaurantes estaban medio vacíos o muy vacíos. Y los créditos no perdonan. Buscando soluciones a problemas radicales encontramos soluciones radicales, fuimos disruptivos y nos saltamos todas las reglas; nos hicimos mayoristas de pescado y comprábamos terneras enteras para cocinar todas las partes. Comprábamos la calidad más alta y la pagábamos más cara, pero al cocinar toda la ternera dejamos de comprar solo solomillo y entrecot a precio de oro en un mundo que el oro había desaparecido.

Me vienen recuerdos de cifras de ventas de solomillos en una noche de sábado del 2004; de 140 personas, 55 comían solomillo como si hubieran salido de los cómics de Carpanta.

Salimos de la crisis fuertes, convencidos, animados y nos metimos en más líos creciendo. Y al ser más personas y crecer, nos quedábamos más solos con toda la responsabilidad de pensar no solo en el presente, sino también en el futuro de Deluz y Compañía.

Siempre he pensado que los que somos, somos la pera marinera. Escribo esto y se me pasan por la cabeza la fuerza, la constancia y la delicadeza de todas las personas que trabajan en la parte de limpieza. No hay un solo cocinero que no piense y tenga claro que hay que cocinar rico para que el cliente disfrute y nos quiera tener en su memoria cuando tenga que sentarse en una mesa. No hay ningún camarero que no comparta esa visión bonita de recibir en tu casa a la gente. De querer agradar. No hay sensación más bonita a nivel placentero que la que te inyecta un cliente cuando te felicita por haber estado a gusto en tu restaurante.

Pero éramos como átomos que íbamos solos, chocándonos los unos a los otros sin estar unidos. Ahora somos como una hormiga atómica, pero en escuadrón, todos a una. Y si os acordáis, nadie podía con la hormiga atómica.

De esta manera. yo que antes llevaba más en solitario con Lucía el futuro por no compartir miedos, dudas e incertidumbres, ahora estoy mucho más tranquilo. Ahora tengo claro que de esta manera el futuro de Deluz y Compañía es un futuro sólido pase lo que pase a nuestro alrededor. Muchas veces esos miedos no te dejaban en paz. De qué pasará, de qué haríamos si pasara esto o lo otro.

El otro día salió un artículo científico muy interesante sobre la muerte en The Guardian y cómo el hombre está hecho para que automáticamente no piense en su propia muerte y que es una cosa que solo les pasa a los demás.

Los empresarios solitarios son peligrosos en el sentido que en seguida se pueden hundir porque, como en la muerte, no piensan que les puede pasar a ellos, que solo otras empresas se pueden venir abajo. Ahora mismo estamos, como dice Frederic, en otro estado de consciencia.

Las personas estamos en otra onda, los jóvenes, los menos jóvenes, las viejas reglas no funcionan, el mundo va demasiado rápido y la fuerza que tenemos ahora es una fuerza COLABORATIVA en todos los niveles y pase lo que pase, el futuro lo afrontaremos, pero todos juntos.

Crear o innovar se hace siempre desde todos los ángulos y el que deje alguno de los ángulos fuera de la ecuación se equivoca porque el resultado es catastrófico.

Las ideas se tienen siempre trabajando. El ser humano, al enfrentarse una vez y otra al mismo problema, busca sin parar una solución. Aquí está el que se encuentra el problema día a día y el que ve el problema que tendrá el otro día a día. A veces, el que tiene el problema, lo tiene tan cerca que no lo ve y necesita la visión del de al lado. Y al revés.