Deluz y Compañía: ¿Quiénes somos y cuál es nuestro propósito evolutivo?

«Somos 160 personas: blancos, negros, árabes, hombres y mujeres. Algunos proceden de la exclusión social, otros de la burguesía o de la clase media española; de ambientes rurales, otros son gatos madrileños o urbanitas de provincia. Somos heterosexuales, homosexuales, bisexuales o transexuales. Somos católicos, evangélicos, musulmanes, agnósticos o ateos. Somos la diversidad del mundo»

Todos aportamos sabiduría porque todos tenemos una historia: herencias vitales, diversidad de energías, etcétera. Y esto es lo que voy a tratar de contar; nuestra mezcla tan necesaria que hace que seamos un grupo de personas donde convivimos sanamente y conseguimos que este proyecto sea viable. 

Sería precioso que cada uno contase su pasado, su herencia, para que pudiéramos entender qué nos aporta y que también dijera qué nos aportan sus compañeros, uno a uno. Voy a empezar yo:

Creo que nuestros compañeros del África negra nos aportan presencia; creo que esta parte del mundo es la maestra de eso que tanto se habla hoy en día, de presencia. Si fuese por mí, ellos tendrían que impartir un Máster de Presencia, y me apuntaría a sus clases. Acabaremos todos viajando a África a aprender sobre la materia, como los que se van a India a retiros de yoga.

Están, siempre están. No sé si es porque en su tierra viven poco en el futuro y poco en el pasado… pero ellos están con esa presencia y te arrastran a estar. Los africanos son los de la sonrisa de la que no quieres salir. Son nuestras sonrisas contagiosas. Nuestros clientes siempre hablan de nuestra amabilidad y de nuestras sonrisas, y son de todos, son de África. A veces me pregunto cómo tienen esa capacidad después de haber vivido en algunos casos el infierno de las pateras o de cruzar el continente entero. Los miro y no llego. Son mis maestros, a los que nunca alcanzaré, pero en los que me fijo y cuya sonrisa siempre me lleva hasta ellos.

Los africanos son maestros de la gratitud de corazón. Si te ocupas de ellos, si les cuidas, siempre te llevan en su corazón. Te devuelven los cuidados con lealtad, con conversaciones donde siempre hay palabras de cariño, y por eso no se llega al conflicto agrio. Y trabajan mucho y con ese ritmo sabio cuyo cuerpo los acompaña. Y la paciencia… ¡Ah! Esa paciencia que me encantaría saber de dónde sacan; qué han visto esa mañana, qué han desayunado… para entender de dónde podemos extraer una paciencia que a veces escasea.

Y aportan inteligencia, mucha. Dice Amador Savater que inteligencia es estar dentro de la situación. Inteligencia es atención. Y ahora que en Deluz y Compañía damos espacio a todos para que aporten con su pensamiento, tenemos esa gran inteligencia de los africanos, tan presente, tan inteligente.

Los latinoamericanos aportan alegría y dulzura. Te encuentras por las mañanas con palabras que no quieres dejar de escuchar. Y esas ganas de prosperar y de mejorar, de huir de la corrupción, de lo que no funciona, del sálvese quien pueda, que yo me voy a algo mejor. A un país más tranquilo, menos violento, con más posibilidades. Son emprendedores y estudian a la vez que trabajan. Nos dan la energía del espabila, mejora, crece y sigue bailando sin olvidar nunca las noches de salsa.

Nos aportan conversación, les encanta hablar. Y ahora que hay más espacio para escuchar sus voces hacen más interesantes nuestras conversaciones grupales, porque les encantan los espacios para contar y pensar. Aportan también toda esa inteligencia histórica y su presente sobre la inmigración. Nos recuerdan que hace falta una mezcla entre proyecto comunitario sin olvidar lo individual, porque vienen de fracasos colectivos. Sus voces son muy interesantes en este proyecto de autogestión porque tienen mucha sabiduría en su piel sobre lo que funciona y lo que no funciona. Aportan conversaciones de bachatas románticas, que te llevan a otras en los pasillos sobre alegres romances y de amores. Los amores son siempre más salseros.  

Las personas del Este de Europa aportan rigor, seriedad, perfeccionismo, una exigencia diaria y constante a sí mismos de medalla olímpica. Y también ganas, muchas ganas. Ganas de superarse, de crecer, de mejorar, de querer vivir en modelos que no opriman. Resistencia al frío y ganas de calor. Llevan al grupo a la exigencia, tan necesaria para una organización. Ideas sobre la confluencia entre lo colectivo y lo individual. Aportan la experiencia de unos países sabios, pero arruinados económicamente y en sus almas.

Aportan belleza aristocrática. Nos traen orden y limpieza, tan importante en los restaurantes. Hablan como midiendo sus palabras, con una inteligencia estructurada, quizás un poco heredada de otros modelos. Llenan de fuerza y de disciplina la organización. Llegan con mucha energía económica.

Quieren ganar dinero; han conocido la bonanza y la miseria, y saben que la miseria cierra las puertas de la felicidad y no te aporta ni una mínima tranquilidad en el vivir. Quieren dinero y ausencia de problemas. Aportan sabiduría económica y la energía monetaria que requiere el mundo para sobrevivir porque así hemos montado el sistema y mientras lo tratamos de desmontar, nos sigue haciendo mucha falta, al menos para ser viables y no tener problemas.

Nos enseñan disciplina de cuerpo, de alma, de mente, y nos recuerdan que sin disciplina nos ahogamos.

Las personas que vienen de exclusión social cuentan al mundo que cuando recibes una oportunidad, hay que devolverla con creces. Con su manera de integrarse ellos pintan arcoíris. Son capaces e inteligentes cuando tienen el espacio y la posibilidad de demostrar sus capacidades y de ejercer su inteligencia. Aportan la viveza de la calle, energía vital brutal y bestial, necesaria para sobrevivir en ambientes hostiles. Una energía poderosa reconvertida y reconducida a ambientes donde la vida les deja vivir con comodidad y hasta tranquilidad. 

Nos cuentan al mundo que sí es posible la integración de etnias tan distintas, sin radicalismos, sin matarnos, conviviendo en paz porque respetas su religión —como, por ejemplo, el Ramadán—, cuando los miras con amor, aprecio, sin hacerles de menos, sin insinuarles que son un peligro. Cuando les reconoces sus aportaciones, que les necesitas, traemos al mundo una energía fraternal que no se encuentra en tantos lugares del mundo y que, en nuestro caso, llega hasta nosotros y hasta nuestros platos. Y nos devuelven miradas de respeto, conversaciones tranquilas y constructivas. Nunca he tenido un problema, por ejemplo, con jóvenes marroquíes cuando no se ha podido continuar con la relación laboral; las conversaciones siempre han sido serenas, desde el cariño y el aprendizaje mutuo.

Las personas con capacidades diferentes que trabajan en Deluz y Compañía recuerdan al mundo y a todos los que trabajamos en la organización que todos tenemos algo que aportar y que, si nos fijamos en las capacidades, las potenciamos y ayudamos a desarrollar, todos tenemos un lugar en una empresa. Y si no encuentra ese lugar, es un fallo del sistema organizativo y no de la persona. Nos recuerdan nuestras propias discapacidades, porque todos tenemos alguna; nos llevan a focalizar la mirada en las capacidades, que es el secreto de una empresa bien gestionada. Nos hacen salir del paternalismo, nos hacen ver todo lo que esa persona puede aportar y exigir para que no nos quedemos pensando en su discapacidad y ellos en su zona de confort sin esfuerzo. Nos recuerdan que hay que exigir para sacar lo mejor de las personas, acompañar, empujar, poner límites y que, cuando llegamos a nuestra máxima capacidad, encontramos pasteles de felicidad.

Las personas de clase media española creo que, en este país, son las más sanas física y mentalmente. Esta es una opinión mía, sin evidencia científica, que sale de mi estadística de conocidos. Creo que padecen menos neurosis y que tienen una relación más sana con el dinero. Tener para vivir sin problemas y un poco de más para algunos placeres aporta salud. Y no el tener tanto que nos sobre. Creo que el mundo ganará salud cuando todos seamos un poco clase media, que las franjas de desigualdad se rebajen. Aportan sentido común, responsabilidad, trabajo y aprecian los descansos. Aportan equilibrio entre su exigencia de derechos y su cumplimiento con las obligaciones. Equilibrio entre Estado de Derecho y empresa. Aportan sabiduría a la empresa por su idea de generar dinero suficiente para pagar los gastos y que, además, sobre un poquito.

Las personas que vienen de los pueblos de España aportan austeridad, esa gran virtud que el mundo y las empresas necesitan a veces. No entienden el derroche, son recicladores de empresas. Franqueza y llaneza. Miradas de frente y de montaña. Esfuerzo. Valoran lo que hacemos en Deluz y Compañía con los ganaderos y productores porque saben lo que es vivir en un pueblo pequeño. Aportan belleza de la sencilla, de la de la naturaleza, de la profunda, retenida en muchas miradas de muchos amaneceres entre luces de montañas y estaciones. Traen la inteligencia de la naturaleza, que la tiene toda.

Las personas mayores aportan responsabilidad, madurez, sentido común, sabiduría de años de vida, valoración de trabajar en una empresa que les incluye y donde se sienten a gusto y pueden participar. Aportan esfuerzo diario. No entiendo por qué en tantas empresas se tiene vetada la contratación de personas mayores o se les decide echar cuando llegan a una determinada edad. El valor que aportan en Deluz y Compañía es enorme. Nos negamos a convertirnos en una empresa de restaurantes de moda que solo contrata gente joven y guapa, como pasa en casi todos los restaurantes de Nueva York de moda que he conocido.